Eso mismo me preguntaba el día en que mis primos decidieron confiarme a su hijo de dos años para asegurarme de que no le pasara nada durante una noche – es decir cuidarlo, ja!-.
¿Me vieron cualidades? ¿Por dónde? ¿Se olvidaron de que no sé ni siquiera cambiar un pañal, y por último, ni cargar correctamente a un bebé? No tengo la menor idea de por qué me eligieron, sé que inspiro confianza pero…bueno, agradezco la chance, no me quejo, las cosas no han resultado tan malas, por así decirlo.
Digamos que los niños y yo no tenemos una muy buena relación, y no porque los deteste –sería conchuda, yo también he sido una de ellos y de las más traviesas- sino porque juntos no funcionamos, me es difícil la convivencia. Ver sus jueguitos ingenuos, sus mañoseras, sus travesuras, que sean hiperactivos, no lo sé: soy joven y a pesar de ello, simplemente no les tengo paciencia. Dado que soy una de las menores de la familia –mis primos son casados y con hijos- tengo que estar rodeada por ellos en ciertas ocasiones enuncio todo esto por experiencia.
Ante el nacimiento de cada bebé, el asombro llegaba a mí, era tierno ver a esas criaturitas diminutas venir al mundo y ser el foco de atención, cada gesto era digno de admiración – a veces solía encontrarme en ese grupo-, lo difícil viene cuando comienzan a crecer, a llorar, a destrozar todo lo que se les atraviesa en el camino, a corretear.
Para demostrar que no soy mala, en algunas ocasiones familiares la hice de “Yola Polastri” animando a los babys –esa chapa me la pusieron mis tíos- y créanme terminé exhausta con un montón de critters queriendo jugar conmigo. Lo paradójico es que a partir de allí –sin proponérmelo- cada vez que mi madre los visitaba, los niños reclamaban mi presencia, no se de dónde ni cómo cada vez que me veían querían jugar conmigo, que los cargue – ¡auch! eso duele una vez acabé con dolor de espalda - que los lleve al parque, en fin a pesar de mi “agrado” por ellos me gané su simpatía y ocurrió una de esas cosas que no tienen razón de ser, como diría mi amiga Ingrid.
Ante los nuevos deberes maritales de la niñera oficial de Santiaguito, mi primo vio en mí a la candidata idónea para reemplazarla. De esa manera cada vez que él y su esposa salieran yo tomaría cuidado del bebé. En principio era una tarea fácil, siempre lo encontraba dormido y sólo me cercioraba de que no se despierte ni llore, yo feliz. No había ningún problema y mientras tanto yo aprovechaba la vigilia leyendo o haciendo cosas de la universidad. Si así les era útil, para mí era genial.
Sin embargo siempre existen y existirán “peros”, pequeños conflictos que deben surgir porque la vida no es fácil, es por ello el post de hoy.
Cuando una de esas veces llegué a cuidarlo –en mi cuarta o quinta vez como niñera-, las reglas del juego habían cambiado: la señora que atiende la casa debía irse y el bebé aún no estaba dormido. Esa era mi chamba ahora. Recuerdo claramente las palabras de la señora:
- Échate un ratito con él nomás y ya vas a ver cómo se duerme, es fácil.
- ¡Oh! claro -dije yo- y me eché al costado de la inocente criatura.
No sé si los niños son tan intuitivos como parecen pero al notar que me echaba a su costado, el bebé soltó un llanto inconsolable –como si invadieran su territorio-. Un llanto que reclamaba a la señora.
- Hijito, me tengo que ir, pero tu tía te va a cuidar, mira.
- waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! waaaaaaaaaaa!
- Mira tu tía te quiere mucho, santiaguito me tengo que ir
- ¡waaaaaaaaaaa ¡waaaaaaaaa! (traducción: ¡Y a mí que #@”#%&$ me importa, no me dejes con esa bruja!)
¿Me vieron cualidades? ¿Por dónde? ¿Se olvidaron de que no sé ni siquiera cambiar un pañal, y por último, ni cargar correctamente a un bebé? No tengo la menor idea de por qué me eligieron, sé que inspiro confianza pero…bueno, agradezco la chance, no me quejo, las cosas no han resultado tan malas, por así decirlo.
Digamos que los niños y yo no tenemos una muy buena relación, y no porque los deteste –sería conchuda, yo también he sido una de ellos y de las más traviesas- sino porque juntos no funcionamos, me es difícil la convivencia. Ver sus jueguitos ingenuos, sus mañoseras, sus travesuras, que sean hiperactivos, no lo sé: soy joven y a pesar de ello, simplemente no les tengo paciencia. Dado que soy una de las menores de la familia –mis primos son casados y con hijos- tengo que estar rodeada por ellos en ciertas ocasiones enuncio todo esto por experiencia.
Ante el nacimiento de cada bebé, el asombro llegaba a mí, era tierno ver a esas criaturitas diminutas venir al mundo y ser el foco de atención, cada gesto era digno de admiración – a veces solía encontrarme en ese grupo-, lo difícil viene cuando comienzan a crecer, a llorar, a destrozar todo lo que se les atraviesa en el camino, a corretear.
Para demostrar que no soy mala, en algunas ocasiones familiares la hice de “Yola Polastri” animando a los babys –esa chapa me la pusieron mis tíos- y créanme terminé exhausta con un montón de critters queriendo jugar conmigo. Lo paradójico es que a partir de allí –sin proponérmelo- cada vez que mi madre los visitaba, los niños reclamaban mi presencia, no se de dónde ni cómo cada vez que me veían querían jugar conmigo, que los cargue – ¡auch! eso duele una vez acabé con dolor de espalda - que los lleve al parque, en fin a pesar de mi “agrado” por ellos me gané su simpatía y ocurrió una de esas cosas que no tienen razón de ser, como diría mi amiga Ingrid.
Ante los nuevos deberes maritales de la niñera oficial de Santiaguito, mi primo vio en mí a la candidata idónea para reemplazarla. De esa manera cada vez que él y su esposa salieran yo tomaría cuidado del bebé. En principio era una tarea fácil, siempre lo encontraba dormido y sólo me cercioraba de que no se despierte ni llore, yo feliz. No había ningún problema y mientras tanto yo aprovechaba la vigilia leyendo o haciendo cosas de la universidad. Si así les era útil, para mí era genial.
Sin embargo siempre existen y existirán “peros”, pequeños conflictos que deben surgir porque la vida no es fácil, es por ello el post de hoy.
Cuando una de esas veces llegué a cuidarlo –en mi cuarta o quinta vez como niñera-, las reglas del juego habían cambiado: la señora que atiende la casa debía irse y el bebé aún no estaba dormido. Esa era mi chamba ahora. Recuerdo claramente las palabras de la señora:
- Échate un ratito con él nomás y ya vas a ver cómo se duerme, es fácil.
- ¡Oh! claro -dije yo- y me eché al costado de la inocente criatura.
No sé si los niños son tan intuitivos como parecen pero al notar que me echaba a su costado, el bebé soltó un llanto inconsolable –como si invadieran su territorio-. Un llanto que reclamaba a la señora.
- Hijito, me tengo que ir, pero tu tía te va a cuidar, mira.
- waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! waaaaaaaaaaa!
- Mira tu tía te quiere mucho, santiaguito me tengo que ir
- ¡waaaaaaaaaaa ¡waaaaaaaaa! (traducción: ¡Y a mí que #@”#%&$ me importa, no me dejes con esa bruja!)
¡Lo que decían los gestos de Santiaguito!, se abrazaba a la señora y no la soltaba, es más, al verme empezó a hacer el gesto de adiós, como si quisiera dejarme sola. Lo que vendría sería de mucho aprendizaje.
Y la señora tuvo que irse, y el bebé aún no se dormía y seguía llorando, estaba a punto de volverme loca. No importaba cuántos besitos le diera o cuantas veces le acariciara la cabeza, fiel a la causa, él me seguía rechazando.
Lo cargaba y lo paseaba por la casa, le hacía caminar, le mostraba los dibujitos, le trataba de dar el biberón …., Nada. Supongo que lo que escuchaban los vecinos era peor que verlo en vivo, ¡con semejante llanto!, ¿cómo lidiar con eso?.
A punto de llorar de la desesperación y hacer un coro junto al bebé, no sé como se me ocurrió -allí arrodillada en el piso- abrazarlo fuerte. Santiaguito se calmó.
¡Dios fue increíble1, ¡se calmó! yo arrodillada y él abrazado a mi cuello, uhm, bueno diría que demasiado.
El bebé comenzaba a babear en mi polo, sus pocas lagrimitas caían en mi hombro, pero estaba comenzando a conciliar el sueño. El asunto complicadón residía en que me estaba cansando de estar arrodillada, pero si me movía corría el riesgo de que llorara de nuevo.
No sé como maniobré y logré sentarme en el piso, Santiaguito lloró de nuevo un poco y volvió a abrazarse más a mi cuello. Si hubieran visto la imagen: yo sentada en un rincón de la habitación con la tele prendida y mostrando “Barnie”, el bebé abrazado a mí durmiendo mientras yo le acariciaba la cabecita, imagen digna de un drama. Nunca lo hubiera imaginado, pero logré mi cometido y creo que luego de acostar al bebé llegué a la conclusión de que no soy tan dura como pienso.
Si pude hacer que deje de llorar creo que estoy lista para cuidarlo otro día más. Eso no significa que me haya reconciliado con los niños en general, sólo que soy más tolerante.
Que tengan una buena semana queridos lectores, me despido –por el momento- con una frase: UN BEBÉ DERRITIÓ LA FRIALDAD DE LA NOCTÁMBULA.